Ares poético V
He dejado de luchar en dos ocasiones ya. Pero sigo de pie, tratando cuerpo a cuerpo con la muerte. Los sueños siguen su curso. Y mi destino se escribe con tinta y sangre, con agua de todos los colores y sabores que la naturaleza produce para mí.
Para este viernes de junio lluvioso, el poema que abre el libro Angel terreno.
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Parece ayer que busqué el azul en los charcos café de un ángel terreno. Sigo buscando ese azul que se pierde en sus adentros tras las palabras y la piel. Sigo buscando también mi propia alma, que disuelve en el humo de las calles y el vaivén del mar y los árboles.
Estoy cansada de esta espera prolongada de independencia. De subyugarme indefinidamente a la sujeción y a la censura. En mis manos se esconde la sombra de los versos nacidos. Y no soportan mis dedos el peso de su abismo.
A veces siento un miedo terrible de ser inanimada y un pavor oscuro de ser infantilmente mujer, de estar condenada a la podredumbre verde de nunca madurar. Porque el tiempo no excusa ni comprende, solo factura y entrega los recibos.
Esta vigilia será larga y triste o más bien solitaria, como los grandes mártires los pequeños idiotas, quién lo sabe.
De todos modos tengo opciones, puedo tomar la cartera y seguir idealizando esa ciudad que me excluye de sus interiores y me restriega su lejanía, puedo caminar eternamente hacia el infinito o el consabido fin del mundo, detener mis pasos y ver desde mi cama el ocaso y la herrumbre de la vida, puedo zigzaguear entre los seres humanos y extirparme el corazón para que la piel sea el manto de la muchedumbre. Pero finalmente solo quiero luchar (no encontré una palabra menos cursi) y buscar y lograr esa pequeña felicidad que se oculta en las manos del ángel terreno.
La distancia es una mentira kilometrada que quisiera recorrer volátil, pero el don de las alas solo se me dio en las palabras y los sueños, no en el armazón de huesos y músculos que me sitúa entre los mortales y los ángeles terrenos.
No sé qué soy. Una tumba de agua, pálpito de pez o una nube que llueve en esta tierra seca y anegada por el sol. Irremediablemente seguiré buscando el nombre de mi voz adolorida o alegrada, el sufrimiento nunca ha de ser eterno, solo una progresión hacia el hastío, hacia la nada de los sentidos.
El tiempo se vuelve pasado y vías miserables que no abandonan este cuerpo enrarecido por la civilización y la decencia o la promiscuidad (y no en absoluto) y estos ojos de insomnio silente y desnudo, audaz y oculto, que nunca llega a concretarse en el cuerpo sino en el espíritu y la voz de una difunta blancamente vestida.
Recostada al borde de los charcos de un ángel desalado, aún me queda la fuerza del convencimiento auténtico de permanecer despierta, colgada, con el pecho abierto a los puñales de la imagen y la monarquía absoluta del calor de los cuerpos.
Parecen otros los caminos pero son los mismos, solo que el carnaval de las máscaras los pervierte y los pinta con la sonrisa de otra era. Es que ya no soy un rostro o muchos, otro rostro o versiones frágiles, es como si de mí surgieran pequeñísimas morenas con pies planos y ataques de rabia y alegría sombrados en la voz y pozo infinito de palabras en las manos.
Puedo culminar tu obra, pero me da miedo que sea solo un intermedio gracioso para subrayar en biografías, películas y anecdotarios de un enano letrado. Quiero permanecer inmóvil sobre este mar y sentirme dichosa por las caricias de unos soles y el rumor de unos números agrestes y públicos.
Tal vez he perdido la coherencia, pero aquí, firme, soy capaz de sostener la pluma aunque no sea ésta la ciudad y sí importe. El decaer de los discípulos se percibe en los trazos jeroglíficos de esta mano que va auscultando las páginas de un libro oxidado por la juventud.
Ya no es viernes aunque las agujas me marquen. Y Azul sigue siendo negra compañía de esta soledad primitiva. Encerrado en su propio universo de agua, Neptuno es tan lejano a su origen ante mis ojos.
Estoy divagando, lo sé, y siempre lo he hecho porque no puedo ser y andar de otra manera o quizás sea más cómodo o menos rutinario. La oscuridad se cierne alrededor de un cirio que busca sostener su sola llama de cambio y permanencia variable. Los mosquitos se adhieren a mis piernas apoyados por la oscuridad y sus extensos dominios.
La fatiga me corrompe y el compromiso de un más tarde cercano me convida al abandono de esta vigilia fragmentada que pretendo sostener hasta que la duda y las páginas sean desiguales.
Para este viernes de junio lluvioso, el poema que abre el libro Angel terreno.
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Parece ayer que busqué el azul en los charcos café de un ángel terreno. Sigo buscando ese azul que se pierde en sus adentros tras las palabras y la piel. Sigo buscando también mi propia alma, que disuelve en el humo de las calles y el vaivén del mar y los árboles.
Estoy cansada de esta espera prolongada de independencia. De subyugarme indefinidamente a la sujeción y a la censura. En mis manos se esconde la sombra de los versos nacidos. Y no soportan mis dedos el peso de su abismo.
A veces siento un miedo terrible de ser inanimada y un pavor oscuro de ser infantilmente mujer, de estar condenada a la podredumbre verde de nunca madurar. Porque el tiempo no excusa ni comprende, solo factura y entrega los recibos.
Esta vigilia será larga y triste o más bien solitaria, como los grandes mártires los pequeños idiotas, quién lo sabe.
De todos modos tengo opciones, puedo tomar la cartera y seguir idealizando esa ciudad que me excluye de sus interiores y me restriega su lejanía, puedo caminar eternamente hacia el infinito o el consabido fin del mundo, detener mis pasos y ver desde mi cama el ocaso y la herrumbre de la vida, puedo zigzaguear entre los seres humanos y extirparme el corazón para que la piel sea el manto de la muchedumbre. Pero finalmente solo quiero luchar (no encontré una palabra menos cursi) y buscar y lograr esa pequeña felicidad que se oculta en las manos del ángel terreno.
La distancia es una mentira kilometrada que quisiera recorrer volátil, pero el don de las alas solo se me dio en las palabras y los sueños, no en el armazón de huesos y músculos que me sitúa entre los mortales y los ángeles terrenos.
No sé qué soy. Una tumba de agua, pálpito de pez o una nube que llueve en esta tierra seca y anegada por el sol. Irremediablemente seguiré buscando el nombre de mi voz adolorida o alegrada, el sufrimiento nunca ha de ser eterno, solo una progresión hacia el hastío, hacia la nada de los sentidos.
El tiempo se vuelve pasado y vías miserables que no abandonan este cuerpo enrarecido por la civilización y la decencia o la promiscuidad (y no en absoluto) y estos ojos de insomnio silente y desnudo, audaz y oculto, que nunca llega a concretarse en el cuerpo sino en el espíritu y la voz de una difunta blancamente vestida.
Recostada al borde de los charcos de un ángel desalado, aún me queda la fuerza del convencimiento auténtico de permanecer despierta, colgada, con el pecho abierto a los puñales de la imagen y la monarquía absoluta del calor de los cuerpos.
Parecen otros los caminos pero son los mismos, solo que el carnaval de las máscaras los pervierte y los pinta con la sonrisa de otra era. Es que ya no soy un rostro o muchos, otro rostro o versiones frágiles, es como si de mí surgieran pequeñísimas morenas con pies planos y ataques de rabia y alegría sombrados en la voz y pozo infinito de palabras en las manos.
Puedo culminar tu obra, pero me da miedo que sea solo un intermedio gracioso para subrayar en biografías, películas y anecdotarios de un enano letrado. Quiero permanecer inmóvil sobre este mar y sentirme dichosa por las caricias de unos soles y el rumor de unos números agrestes y públicos.
Tal vez he perdido la coherencia, pero aquí, firme, soy capaz de sostener la pluma aunque no sea ésta la ciudad y sí importe. El decaer de los discípulos se percibe en los trazos jeroglíficos de esta mano que va auscultando las páginas de un libro oxidado por la juventud.
Ya no es viernes aunque las agujas me marquen. Y Azul sigue siendo negra compañía de esta soledad primitiva. Encerrado en su propio universo de agua, Neptuno es tan lejano a su origen ante mis ojos.
Estoy divagando, lo sé, y siempre lo he hecho porque no puedo ser y andar de otra manera o quizás sea más cómodo o menos rutinario. La oscuridad se cierne alrededor de un cirio que busca sostener su sola llama de cambio y permanencia variable. Los mosquitos se adhieren a mis piernas apoyados por la oscuridad y sus extensos dominios.
La fatiga me corrompe y el compromiso de un más tarde cercano me convida al abandono de esta vigilia fragmentada que pretendo sostener hasta que la duda y las páginas sean desiguales.
Comentarios
ese enano letrado también está presente en las películas de David Lynch.
Revisa tu agenda, para que luego no tengas que invertir en pizzas.
Un abrazo,
J