Silvio Rodríguez: El unicornio de visita en Santiago

Es, sin dudas, el artista latinoamericano vivo más importante de las últimas décadas.

Llegó tan sencillo, con la serenidad ceremoniosa de quienes rechazan genuinamente la ostentación y la fama. Recién afeitado, listo para la siguiente cita cibaeña desde que cantó en la Sala Restauración del Gran Teatro del Cibao en el 2006. Inútil reseñar sus éxitos, sus discos, su trayectoria: basta escuchar sus canciones, evocar en la memoria de otros las recordadas jornadas con el pueblo en aquella década fatídica. Esa primera vez en el suelo dominicano que el trovador cubano nunca olvida.

Durante el encuentro con los propagadores de noticias, Silvio Rodríguez se atreve a desnudarse, esta vez sin sombrillas y sin protectores. No huye de las preguntas, las contesta como sabe: de frente, sin miedos, alegre e incluso bromista. Devela los misterios del Elegido, del Unicornio Azul. Repasa sus lecturas, sus influencias, su deseo de ser como los poetas. “Yo nunca me he considerado poeta”, afirma, pero hace tiempo que lo había conseguido, solo que su humildad incomprendida no lo deja ver que ya lo es.

La noche del concierto, el tiempo se hace eterno en dos horas. Convence y decepciona, paga y sigue debiendo, porque para artistas como él, una noche de sábado con luna engrandecida no es suficiente para todas las canciones, ni para todas las almas que colmaron la Arena del Cibao.

Las canas y una calvicie consistente nos revelan que Silvio Rodríguez ha envejecido. Su cuerpo ya no refleja la delgadez del muchacho que durante la Revolución Cubana, empuñó más el fusil de cuerdas y notas que el de plomo y balas. Pero sus letras y su voz siguen colando intactas la frescura del niño y la sabiduría del hombre, esa rara aleación de los unicornios alados, de los elegidos para decir, en el total sentido de la palabra.
Para ser patriota, primero hay que ser romántico.
Publicada en abril 2011.

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