A son de guerra y otros aguaceros en la isla

Llovió. Y en nuestra buena fe, habíamos apostado al sol y su imperio de calores. Fuimos al son de la guerra y el contrincante fue el agua. Toda una noche el agua caía, las canciones sucediendo, nosotros de pie o sentados, bajo el cielo nuboso sin más arma que el entusiasmo. Sin más defensa que las ganas de oír y tararear. La noche interminable, la lluvia interminable, las pausas entre versos y notas, los invitados. Y fue sucediendo la poesía de Juan Luis Guerra bajo el aguacero perenne de un sábado en Santo Domingo. Fuimos ganando la apuesta contra el cansancio, pocos se rindieron a los límites del cuerpo. El concierto sucedió contra todo pronóstico, desafiando todos los reportes del clima y los tuiteos compulsivos. Persistimos en el Estadio Olímpico hasta que explotaron las luces de fuego y el artista de gran tamaño y altura pidió entonces que la lluvia de agua en la gran urbe le cediera su turno a la honorable lluvia de café en el campo. 

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