El silencio de Fito

Ya la prensa acreditada para el concierto de anoche hará los balances de rigor, contará las anécdotas de la entrada, contabilizará el repertorio, se quejará de algun miembro de la seguridad y esgrimirá sus razones.

En Facebook, Hi5 y páginas similares, se alojarán las fotos de amigos, los videos entonando la canción favorita que cantó a tiempo.

Pero yo, desde mi asiento general, desde el balcón donde me asomé, hablaré del silencio. El silencio exigido por Páez para entonar a capella Yo vengo a ofrecer mi corazón. En el Teatro La Fiesta del Hotel Renaissance Jaragua estuvimos: ricos, clase media y pobres; médicos, ingenieros y abogados; periodistas y faranduleros; artistas y enganchados; cantantes y modelos; gente del medio y del extremo; ejecutivos y subalternos; cultos e incultos; peledeístas, perredeístas y reformistas; participantes ciudadanos y demás ismos; gente humana, al fin.

En la sala llena de jóvenes de hoy y de ayer, la juventud acumulada de mi párroco, se hizo el silencio ante la palabra y la voz. Callamos, como ante la muerte de las mujeres a manos de sus exparejas y parejas, callamos como ante la factura del supermercado, callamos. Pero callamos alegres, enteramente felices, con el corazón palpitando escondido, para no interrumpir a Rodolfo desnudo.

Todos voluntariamente callamos, ante la sinceridad y la belleza del corazón ofrecido en canción por Fito Páez. Y ese silencio, esa clase de silencio, ningún discurso de 16 agosto ni declaración de prensa podrán merecerlo.

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