Subiendo a la montaña
Hay eventos que se repiten iguales y distintos a la vez. Luego de asistir en tres ocasiones al Festival de Poesía en la Montaña, una cree que sabe a lo que va, que conoce el clima y las posibilidades de compartir y respirar poesía por todas partes. Pero no es lo mismo matar la tarde en ascenso que conocer los misterios de la noche montañosa. Jamás será igual escuchar a otros desde el delicioso anonimato de la esquina del salón, que desatar demonios y verdades frente al público.
La noche no se alarga igual en los columpios si aún quedan restos de un niño divagando sus contornos. (Amanece más claro, y "en el comedor se sientan separados a comer", pero las hormigas no los recorren, más bien descargas de electricidad los calcinan.) La poesía amanece servida, y se pasea dando tumbos, tropezando con la ingenuidad y los retazos de ignorancia.
Hay días que no terminan, que amenazan con prolongarse hasta el infinito. La tarde asesina, las montañas atestiguando el alcohol que se comparte y las complicidades que se afirman en café y aplausos. El compromiso con el ser y la nada, los istmos que no contienen ni un terruño panameño. Los grupos y los individuos.
Regresa la misma noche, la de los sordos que hablan, las pieles que gritan. Las costumbres que no se rompen. La música que se riega por los árboles y las paredes. La reiterada complicidad de santos de botella. El plato que nos une siempre a la misma hora, en el día del descanso alegre. Los perdidos y los encontrados, los secretos que no se nombran. La oscuridad que le roba horas al domingo. Las últimas palabras.
Y vuelve amanecer distinto, sin rocío, sin tristeza, limpio y dulce el amanecer. Versos que se esculpen en piedra, vuelos, complicidades descubiertas. Los adioses, la nostalgia previa que se empieza a colar. La prisa y el regreso. Y el deseo atemporal de que agosto regrese con sus versos, su montaña y sus voces.
La noche no se alarga igual en los columpios si aún quedan restos de un niño divagando sus contornos. (Amanece más claro, y "en el comedor se sientan separados a comer", pero las hormigas no los recorren, más bien descargas de electricidad los calcinan.) La poesía amanece servida, y se pasea dando tumbos, tropezando con la ingenuidad y los retazos de ignorancia.
Hay días que no terminan, que amenazan con prolongarse hasta el infinito. La tarde asesina, las montañas atestiguando el alcohol que se comparte y las complicidades que se afirman en café y aplausos. El compromiso con el ser y la nada, los istmos que no contienen ni un terruño panameño. Los grupos y los individuos.
Regresa la misma noche, la de los sordos que hablan, las pieles que gritan. Las costumbres que no se rompen. La música que se riega por los árboles y las paredes. La reiterada complicidad de santos de botella. El plato que nos une siempre a la misma hora, en el día del descanso alegre. Los perdidos y los encontrados, los secretos que no se nombran. La oscuridad que le roba horas al domingo. Las últimas palabras.
Y vuelve amanecer distinto, sin rocío, sin tristeza, limpio y dulce el amanecer. Versos que se esculpen en piedra, vuelos, complicidades descubiertas. Los adioses, la nostalgia previa que se empieza a colar. La prisa y el regreso. Y el deseo atemporal de que agosto regrese con sus versos, su montaña y sus voces.
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Tanya
Taty H.
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