Danilo de los Santos o vivir del arte

…O el arte de vivir el arte. Las palabras se me confunden. Hay todo un misterio en la voz fuerte y circunspecta que trata de ocultar al hombre amable y alegre que habita en la misma casa que lo acogió desde su desahucio en la niñez. “Soy un puertoplateño que volvió a nacer en Santiago” afirma, mientras nos cuenta como su madre emigró a la ciudad hidalga para prolongarle la vida y contradecir al médico que lo sentenció a muerte a los pocos días de ver la luz.


Le debe su pasión por las artes plásticas al innegable talento que posee, a la disciplina con que ha asumido ese talento y las coincidencias de vida con el maestro Mario Grullón, quien acompañó sus días de niño y adolescente enfermizo entre dibujos y pinturas. Y los estudios formales en la Academia de Yoryi Morel. Y las clases de teatro con Divina Gómez. Casi nada.

Testigo de excepción y archivista impecable de las últimas décadas de las artes plásticas nacionales, conoce al dedillo las obras y los artistas, las que valen y los imprescindibles; por eso le aflora la lluvia humana y salada cuando rememora nombres trascendentales como Natalio Puras Penzo (Apeco) o Leo Núñez.

No hay necesidad de repetir lo que dicen de él los libros. Para conocerlo, no importan sus lauros académicos ni sus publicaciones, ni las infinitas veces que ha mostrado su arte o ha ganado premios. Para penetrar el universo de Marola, hay que lograr el privilegio de entrar en su casa.

Para intuir su capacidad creativa hay verle de pie en su sala, dominando la escena y la conversación, centrando en sí la atención de sus visitantes, tal vez sintiendo la plenitud que el escenario maravilloso de colores y texturas le brinda desde que hace décadas comenzó la magnífica e invaluable colección de arte dominicano.


Publicada en octubre 2010.

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